“Varias voces se escuchan en sus orillas y trayectorias, propios y visitantes, desde Bocas de Ceniza hasta el páramo de las Papas”
Peñaloza Acosta
Wade Davis, científico y explorador de nacionalidad colombocanadiense, aseguró en su libro El río que Colombia es ecológica y geográficamente el país más variado en la Tierra. Y sí, pocos países en el mundo corren con la fortuna de ser atravesada de arriba a abajo por corrientes de agua como el Magdalena, el Cauca o el Caquetá, que se desprenden por las montañas, que bañan y brotan de verde nuestro pedazo de cordillera.
Los diferentes cuerpos de agua en el país cumplen funciones vitales para mantener la biodiversidad y aportar servicios ecosistémicos que benefician a colombianas y colombianos en el territorio. Controlan las inundaciones, sirven de transporte y sustento de alimentos que dependen de ellos y tienen funciones de adaptación al cambio climático. Y para los humanos, pues sustentan la vida de millones de personas que beben agua, que viven cerca a un río para alimentarse e incluso se vuelve materia prima de la industria energética y la agricultura.
La relación entre humanos, el agua y las especies que habitan en ella ha sido de vida y ha sido marcada por la muerte. Durante siglos, los grandes caudales que conforman nuestro territorio han sido ruta y refugio de comunidades como los Ticuna que encuentran en ellas un lugar sagrado, hogar, alimento, compañía y transporte. Para muchos, los ríos son más que seres vivos, hermanos, madres y la conexión con el agua se ha dado de forma íntima, a tal punto en que humano y agua recrean un lenguaje propio en el que ambos logran entender sus ritmos, cadencias y silencios en mutuo beneficio.
La muerte ha sido el lado B de esa relación, la otra parte que completa el paisaje. Alfredo Molano afirmó en una entrevista que las guerras civiles del siglo XIX se habían dado realmente por territorios y esos territorios estaban vinculados a las dificultades de las comunicaciones. Las únicas vías de comunicación eran los ríos. ¿Cómo se ha dado esa triada humanos- guerra- ríos? ¿Qué estrategias han construido las comunidades para resarcir esos daños culturales y medioambientales?
Con la violencia política -que se ha intensificado en los últimos 60 años pero que existe desde la colonización- los ríos han sufrido daños en sus aguas, su flora, su fauna y sus pobladores. Hablar sobre las consecuencias que deja un conflicto armado interno en un territorio implica reconocer a las comunidades como víctimas y a los ríos como lugares por los que la muerte ha transitado, que los vuelve objeto de disputa y control.
El Museo de Memoria de Colombia es un museo dedicado a la reparación simbólica de millones de víctimas del conflicto armado. Su creación se da como una de las medidas que otorgó el Estado al Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) a partir de la Ley 1448 de Víctimas del 2011. El Museo busca contar cómo han ocurrido los hechos de violencia y resiliencia en el país.
Luego de escuchar atentamente a las comunidades, mediante la investigación rigurosa y la construcción colaborativa, como también la recopilación de información y testimonios, se reconoció que el agua en sus diversas formas, ríos, ciénagas y afluentes han sufrido daños e impactos diferenciales a causa del conflicto armado. Proceso que ha sucedido en todo el país pero para objeto de la investigación se ha centrado en el Río Atrato, Buenaventura – Valle del Cauca, el Magdalena Medio y en algunas ciénagas de la costa caribe colombiana.
El daño, control y la reivindicación del río Magdalena
Desde su nacimiento en el macizo colombiano, a 3.350 metros sobre el nivel del mar, hasta su desembocadura en Bocas de Ceniza por el Mar Caribe, el río Magdalena es considerado una de las venas fluviales más importantes del país. Sin embargo, su historia ha sido atravesada por cambios drásticos en su paisaje a causa de la guerra.
Los indígenas del Alto Magdalena le llamarían río Guaca-hayo o Río de las Tumbas, por la cantidad de yacimientos funerarios que se han encontrado en sus alrededores. Desde tiempos inmemorables se tienen registros del Magdalena como cuerpo vivo por el que han transitado miles de cuerpos, circunstancias que marcan un antes y un después en la relación que se crea entre la naturaleza y las comunidades.
Campesinos y pescadores de lugares como Gamarra, Cesar, han visto cómo muertos o partes de sus cuerpos quedaban enredados en sus atarrayas y chinchorros. Sus aguas han sido manchadas con la desaparición forzada de personas, ese crimen que hoy por hoy, en Colombia, tiene un dígito más elevado que si sumáramos las víctimas de las dictaduras latinoamericanas.
Según cifras del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, existen registros de más de 83.400 víctimas de desaparición forzada entre 1958 y 2017. De los municipios que conforman la ribera del río Magdalena, la cifra reporta un total de 9.666 personas desaparecidas, de las cuales 4.477 casos tienen como presunto responsable a grupos paramilitares, que trbajan solos o en alianzas con otros grupos.
¿Cuántas de estas personas fueron arrojadas a un río? 5.907 personas contabilizadas en cinco ríos del país (Magdalena, Cauca, Putumayo, Atrato, Sinú y San Jorge), entendiendo que el reconocimiento de este hecho es aún más complejo de identificar, ya que los cuerpos se descomponen más rápido o pueden quedar enterrados en sus profundidades.
Este tipo de violencia le ha dejado al río tal y como afirman sus pobladores un envenenamiento, es decir un daño moral o “simbólico”, en el que ya no es visto únicamente como un espacio de vida, también como un vehículo de muerte. “El río moralmente tiene una contaminación, porque es que a él eso no se lo van a poder quitar jamás, eso no es posible. ¿Cómo se limpia un río de su historia? ¿Cómo se le quita al río eso con lo que cargó en determinado tiempo?”, relató un habitante del Sur de Bolívar.
Por los ríos se mueve la cultura y la economía de una región, son necesarios para la seguridad alimentaria de las comunidades. También es el espacio para la movilidad de bienes y personas. Perder un familiar o ver bajar cuerpos por los ríos causa una ruptura identitaria, un desapego emocional y cultural, que afecta el cuidado y conservación del bien natural acuífero y de quienes dependen de él para vivir.
El Magdalena Medio es una de las zonas más ricas y explotables del país debido a la presencia de bienes naturales y minerales, principalmente el petróleo, y en buena medida el oro. La preservación y el cuidado de estos recursos se encuentra en una constante tensión por el control de estos y la disputa por el territorio por parte de los diferentes actores legales e ilegales.
Controlar el río, su cauce, quién lo transita y lo que se mueve dentro de él ha sido una de las tácticas usadas por los actores armados en el marco del conflicto. Cuando se apropian de sus orillas y restringen su uso por medio de retenes se vulnera el derecho al bienestar y al goce del mismo. Porque ya no se puede pescar cuando se debe, si no cuando los dejan, igual resulta peligroso transitar a diario por el río, porque algún actor armado ilegal puede hacer un reten y depende de ellos y sus conjeturas sobre quién es el poblador si vive o no.
Otro de los daños materiales y ambientales que ha afectado a los ríos y aguas es la voladura de oleoductos como forma de victimización. Es una práctica que los actores armados ejecutan contra empresas multinacionales o nacionales como Ecopetrol. Se reconoce a las guerrillas con un 92% de presunta responsabilidad. Según el mismo Observatorio del CNMH se han presentado 1.389 hechos de daño a bien civil entre el periodo de 1990 al 2017. El daño ocasionado por esta práctica no se ha podido medir en su totalidad, pero vincula a todos aquellos que giran entorno a las fuentes hídricas.
En cuanto a su efecto en el medio ambiente, la toxicidad de estos derrames en los cuerpos de agua se manifiesta porque componentes como los hidrocarburos aromáticos policíclicos y mezclas de bencenos y toluenos son carcinogénicos, provocan defectos congénitos y pueden tener efectos negativos en la sangre. Además, muchos de estos compuestos tienen un efecto de biomagnificación, es decir que con cada paso en la cadena trófica, la concentración se hace mayor en los organismos que están el el tope. Sin mencionar los años o décadas que le puede tomar a un ecosistema regenerarse.
Muchos de los procesos de organización social en las comunidades ribereñas se articulan desde el río. No permitir el tránsito y la articulación de las personas desde el río es otra de las prácticas violentas reconocidas. Su ejecución fragmenta la organización, y es un daño político para miles de ciudadanos.
Sin embargo, las comunidades son resilientes y han sabido afrontar con dignidad los cambios que ha traído la guerra. Varios trabajos organizativos, impulsados por ellos mismos en compañía de varias ONG, instituciones del Estado y programas sociales de la iglesia católica, ocurren desde hace décadas.
En el Magdalena Medio, por ejemplo, se creó el Festival del Río Grande de la Magdalena, que en 1992 celebró su primera versión y que luego se repitió en 1994 y en 2008 en medio del conflicto armado. En 2017, la Corporación Sembrar y la Federación de Agromineros del Sur de Bolívar (FEDEAGROMISBOL) lideraron otra versión con el apoyo del CNMH.
El Festival se construye en el marco de la defensa de la vida, el territorio y la resistencia de las comunidades del Magdalena Medio. Busca visibilizar la situación humanitaria de la región y elevar los niveles organizativos y de movilización de las comunidades, para fortalecer la integración y movimiento social regional. “El río nos llama, vamos a su encuentro, arranquémoselo a la muerte, recuperémoslo para la vida”, dice uno de sus lemas.
Otras organizaciones sociales están planteando nuevas formas de relacionamiento con el río, como un bien común donde su preservación y cuidado nos compromete a todos. María Benítez, una líder de Gamarra, departamento de Cesar, hace cartografías del antes y después de las zonas inundables de la mano de las organizaciones pesqueras de la zona, así señala qué factores han afectado a estos ecosistemas y busca respuestas ante las autoridades que permitan su conservación.
Reivindicar la vida de personas víctimas de desaparición también ha sido un papel de las organizaciones de la zona. El Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio y el Observatorio de Paz Integral junto con la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos ASFADDES Magdalena Medio, el Movimiento de Crímenes de Estado MOVICE Magdalena Medio y el Comité de Familiares de la Masacre del 16 de Mayo en Barrancabermeja realizan desde hace ocho años entrevistas semiestructuradas con pasantes de varias universidades. En ellas elaboran relatos biográficos sobre personas que fueron víctimas indirectas del delito de desaparición forzada en el Magdalena Medio. Con este proyecto buscan construir una serie de publicaciones para el territorio, pese a la falta de financiación.
Nuestros ríos y ciénagas no han corrido con suerte en medio del conflicto armado. Menos la gente que convive con ellos. Muertos, petróleo, desechos orgánicos, basura, todo eso va a dar a las corrientes de ríos como el Magdalena. ¿Por qué les hemos dado la espalda? Su envenenamiento ha generado cambios radicales en la forma en que se relacionan las comunidades, pues crean daños culturales y medioambientales. Pese a que para las personas el agua es y simboliza vida, todas estas razones cambian su significado y uso para convertirlos en fosa, cementerio o camposanto.
Controlar la movilidad por el río también ha fragmentado lazos comunitarios, familiares y de organización social. Perder la movilidad, el acceso a alimentos, prohibir el goce de sus aguas y su biodiversidad también son formas de violencia. Sin embargo, a pesar de todo el daño causado, existen organizaciones que se mantienen de pie defendiendo el río, que reivindican su derecho a la vida y al agua como espacio de desarrollo vital para todas las generaciones.
Referencias
Bindu, C.A. & Mohamed, Abdul. (2016). Water Bodies as a Catalyst to Growth and Development- The Case of Kodungallur Town, Kerala. Procedia Technology. 24. 1790-1800. 10.1016/j.protcy.2016.05.222.
Enkelé Voces y Tambores (2019). Canta tu penas Río Magdalena. DOI: https://www.youtube.com/watch?v=EGqb41SPdAg
Varjani, S. J. (2017). Bioresource Technology Microbial degradation of petroleum hydrocarbons. Bioresource Technology, 223, 277–286. https://doi.org/10.1016/j.biortech.2016.10.037