LA OBRA
Esta obra es un collage visual y sonoro, sobre una sociedad que se debate entre el culto a la muerte, a la violencia y la desesperanza como arma, y el poder de la memoria para conservar la esperanza de salir de este loop eterno. Una lucha interior que se hace visible en la cotidianidad de la vida misma, situada aquí en la urbe, en una mole de cemento en la que pareciera no pasar nada más allá de la existencia misma; y una realidad violenta, despiadada y abrumadora, que despierta en lo sonoro y lo textual, desde un plano virtual que se hace visible cuando afinamos los sentidos y decidimos querer escuchar, ver y sentir, así el precio de esa consciencia e inconformidad sea doloroso. De esta manera, el poder de la palabra emerge moviendo los cimientos de esa mayoría que siempre estamos de espectadores de una sociedad que se está cayendo a pedazos y marcha hacia el abismo.
Dos realidades que conviven. La primera protagonista en lo visual, con una estética que coquetea con lo documental, con planos generales de una urbe que pareciera posar sin inmutarse para una película de ciudad, en donde no hay personajes particulares, simplemente lo somos todos. De fondo, una voz en off con aspiraciones de prosa poética irrumpe en esta aparente tranquilidad, para visibilizar esa otra realidad que parece ajena. Una especie de poema apocalíptico, poema maldito. Personajes anónimos empiezan a ser enfocados en planos cercanos. El ritmo narrativo comienza a ponerse más frenético y despierta un paisaje sonoro agresivo, doloroso, que se fusiona con los sonidos callejeros. No hace falta mostrar el hecho que los ocasiona, ya el escucharlos es insoportable, perturbador. En medio de todo este caos, los textos también se abren espacio. Como si fueran grafitis electrónicos, la opinión pública es traída de Twitter para posarse en las paredes, los sitios de circulación y los edificios más imponentes de esta urbe. La palabra que en lo digital pareciera verborrea de pocos resultante de gélidos algoritmos de las redes sociales, aquí perfectamente podrían ser el inicio de la revolución, así sea de una interior. La palabra sacudiendo emociones y agitando conciencias. Todo esto, una y otra vez, en un loop que pareciera interminable, como si hiciera parte de un tratamiento experimental al mejor estilo de La Naranja Mecánica; o como si estuviéramos atrapados en él hasta que alguna vez logremos unir los fragmentos, traerlos a la memoria, rescatándolos del efímero mundo digital. Por eso, cada loop no es igual al otro. Cada uno de ellos nos brinda una posibilidad de cambio, aunque después de recorrerlos, como en la película francesa de Chris Market, La Jeteé, descubramos que el final siempre es el mismo. Que no podemos cambiar el presente y mucho menos el futuro.
¿Estamos condenados como en buena parte de la ciencia ficción a cargar la angustia de conocer que se acerca el final de los tiempos y no podemos hacer nada para evitarlo? ¿Estamos atrapados en este loop? Los perseguidos del universo de Fahrenheit, de Ray Bradbury, dirían que el mirarnos en el espejo largamente algún día hará que cada vez más personas comprendamos la lección. Que como el Fenix algún día nos cansemos de morir y renacer, morir y renacer.
“Había un tonto y condenado pájaro antes de Cristo llamado Fenix. Cada tantos centenares de años construía una pira y se arrojaba a las llamas. Debió haber sido primo-hermana del hombre. Pero cada vez que se quemaba así mismo, surgía intacto de las cenizas, volvía a nacer, una y otra vez. Pero sabemos qué tonterías hemos hecho los últimos 1000 años y mientras no lo olvidemos, es posible que algún día dejemos de preparar la pira funeraria y de saltar en ella. En cada generación seremos unos pocos más para recordar. Encontraremos a muchos solitarios las próximas semanas, el mes próximo y el año próximo, y cuando esa gente nos pregunte qué hacemos, podremos responder: recordamos. Y algún día recordaremos tanto, que construiremos la más grande excavadora de la historia y cavaremos la tumba más grande de todos los tiempos y echaremos ahí la guerra. Construiremos ante todo, una fábrica de espejos y durante un año construiremos solamente espejos, y nos miraremos largamente”.
Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (Barcelona, editorial Minotauro, 1996), 185.
El poder de la palabra, el poder de muchas voces construyendo un mismo lamento, con el propósito de legitimarse así sea por repetición, hasta que se sume uno más, y otros más, y algún día también nosotros. Por eso se busca condicionar al espectador para que aprecie la obra desde un lugar de privilegio. Renunciamos a un recorrido por un espacio, renunciamos a darle una libertad más allá de verla o no, para guiar su mirada y sus sentidos.
Una ficción de la memoria, que busca unir una serie de fragmentos dentro de un universo distópico, que podría ser Colombia o cualquiera otro territorio urbano en donde confluyan las mismas problemáticas, trayendo del pasado trozos perdidos y uniéndolos como si temporalmente correspondieran, llenando los vacíos o ausencias propias del olvido sistemático de una sociedad, para convertirlos en una pieza sonora.
Por eso en esta obra me hago la pregunta: ¿cómo podemos vivir en una sociedad como esta? ¿una sociedad tan violenta, indolente, deshumanizada y enloquecida? Y solo veo dos posibilidades de respuesta: siendo completamente indiferentes o revolucionándose. La primera vista como una forma de cómoda alienación, pero que a la larga te consume y la segunda, como una revolución sensible, que activa la lucha interna entre la esperanza y la desesperanza, te perturba, pero te despierta. Un hecho que por sí solo, aunque parezca insuficiente, ya representa posibilidades de cambio, de transformación.
Ya lo identifica el filósofo surcoreano, Byung-Chul-Han, en su libro “La sociedad del cansancio”. Hay dos tipos de cansancio: el de agotamiento y el curativo. El segundo dice: “te intranquiliza, pero inspira, despierta, reconcilia y devuelve al sombro”. El primero te “aísla, divide, mantiene el status quo, genera crisis de gratificación, simplemente sobrevives. Al final, infarta el alma.
Y como aquí está en juego el alma, como decíamos antes, en esta obra retomamos la sabiduría popular del Spoken word con esta reflexión que pareciera de una distopía:
Una orda de ultramegaradicales se estaba apoderando de todo, incluso de la esperanza. Aquella que algunos habían construido con años y años de alabanzas y otros desde el mismo seno de la familia habíamos aprendido con dosis y dosis de enseñanza.
El fascismo enmascarado ya tenía tintes de culto y la fe ciega en el dios de la violencia determinaba el destino de cuantos nos cruzáraramos en su camino, como vil felino acechándonos lenta y pacientemente, tomándose su tiempo, embistiéndonos con sus letales ataques que parecieran indiferentes.
La memoria colectiva comenzaba a ponerse turbia en medio del negacionismo y cualquier oposición era catalogada como enfermiza y peligrosa, como si fuera propia de una turba envalentonada y ambiciosa, ansiosa y apetitosa.
La voz de las víctimas no era escuchada y su dolor que debería servirnos de aprendizaje, anclaje o coraje, se olvidaría entre tanta noticia incombustible.
El poder de los dioses paganos polarizaba una sociedad perdida en sus propios demonios, negándose a pensar por sí misma, sumergidos en el importaculismo y las polémicas baratas.
El SpokenWord es un tipo de performance poético, poesía cantada o canción recitada, en la que se borra el aura intelectual que rodea a la poesía y se juega con la idea del poeta nómada que encuentra las palabras en su relación con el mundo.
Como lo cita la revista El Cultural en su artículo en línea sobre el Spoken word: “no es un simple acompañamiento de la palabra hablada, sino una auténtica exploración histórica y declaración de principios. Además citan a The Last Poets, uno de los precursores del género: “con nuestro trabajo intentamos encadenar metáforas y sonidos en un viaje que intoxique y transporte a terrenos peligrosos”.
Spoken word: Entre la música y la literatura, el género del futuro, El Cultural, 31 de julio del 2003. https://elcultural.com/Spoken-word
Y en estos terrenos peligrosos indiscutiblemente también está la británica Kate Tempest, quien ha sido catalogada como una artesana de la palabra. “No sé si lo que hago es actuar, lo que sé es que entro en un nuevo espacio donde desaparezco, todo desaparece, y me abro y todo sale. Y cuanto más piensas en lo que estás haciendo más posibilidades tienes de cagarla. Así que me limito a quitarme de en medio y dejar que pase”.
Iñigo López Palacio, Kate Tempest, la poeta más brillante hoy en Inglaterra. Así de claro, 27 de agosto de 2019, https://elpais.com/elpais/2019/08/26/icon/1566830169_482251.html
“Dejar que pase”. Así que necesariamente el Spoken word es otra herramienta para que a través de la obra pueda hacer mi propia catarsis, porque aunque aquí hay aspiraciones de recoger un sentimiento colectivo, lo más honesto es aceptar que esa mirada privilegiada que se plantea en la obra, comienza en mi interior. Una inmovilidad que puede ser más perturbadora que los mismos hechos que se perciben a través de nuestros sentidos. Un grito desconsolado, crítico de mi propia alienación, pero también consciente de que estoy despierto, atormentado, todavía inmóvil, pero perturbado, y eso ya es esperanza.
Por eso mis obsesiones también están presentes, con la aspiración de que ellas puedan ser rastreadas por el espectador en la obra. Como dice Piedad Bonnett al escribir sobre Clemencia Echeverri: “Toda obra sólida permite rastrear las obsesiones de su creador“. Y esa a la larga puede ser una de las aspiraciones de los que queremos emprender una ruta como artista.
Piedad Bonnett, LA OBRA DE CLEMENCIA ECHEVERRI: Un viaje a la semilla de sus obsesiones, https://www.clemenciaecheverri.com/studio/index.php/articulos
Las mías son:
- El absurdo.
- Insignificancia de la vida misma.
- Lo efímero.
- Lo fragmentado.
- La memoria y sus amnesias.
- La Esperanza y la desesperanza.
- Cotidianidad.
- La alienación.
- La sobreinformación.
- Redes sociales.
- Lo apocalíptico.
- El poder de la palabra.
Y ya que hablamos de Clemencia Echeverri, destaco lo que también dice Piedad Bonnett sobre su obra y con lo que identifico mi búsqueda: “Clemencia Echaverri ha sabido elegir una obra contundente y aguda, atenta y reflexiva, y profundamente enraizada en su contexto social y época”. Y además: “sus videoinstalaciones construyen espacios habitados por una simultaneidad de Fuentes visuales, textuales y sonoras, que en la mayoría de ocasiones no coincide en la creación de un producto unitario”.
Piedad Bonnett, LA OBRA DE CLEMENCIA ECHEVERRI: Un viaje a la semilla de sus obsesiones, https://www.clemenciaecheverri.com/estudio/archivos/textos/articulos/liminal/la-obra-de-clemencia-echeverri-piedad-bonnett-liminal-clemencia-echeverri.pdf
En un país tan convulsionado como este, en donde el dolor está presente en todas las esferas y en donde muchas veces sentimos como si no fuera con nosotros, ajeno, es imposible para mí en esta coyuntura hacer una obra alejada de lo social, incluso, de lo político. Considero que como artista tenemos una responsabilidad de abordar el tema y tomar una postura ante una sociedad que parece no ofrecer un futuro. Por eso, también me interesó recorrer la obra de Bárbara Krueger, quien a través de la palabra y la representación gráfica de la misma, pone el dedo en la llaga de la conciencia colectiva, para exponer el control político e ideológico y contribuir al debate. público.
“Que el arte es una vía de escape lo sabemos. También que es un espacio de libertad, una forma de relacionarse, una manera de superar el miedo. ¿Por qué, entonces, hay tan poca conciencia política? Lo pensaba Kruger cuando se apuntó a las clases de Diane Arbus en la escuela de diseño Parsons de Nueva York y lo sigue haciendo hoy, disparando mensajes en busca de esa verdad enfática del gesto en las grandes circunstancias de la vida, algo que no puede ser más pertinente ahora mismo. La esfera pública como el gran tesoro del arte”.
Bea Espejo, Barbara Kruger, el arte político que nunca se apaga, 22 de mayo de 2020, https://elpais.com/cultura/2020/05/22/babelia/1590161046_545190.html
Para llegar aquí, la idea fue mutando, se transformó y se transformó, hasta convertirse en lo que es hoy. Inició con mi aspiración periodística de narrar lo que era Colombia en un periodo de tiempo, utilizando las voces de otros como hilo conductor de la historia. Unas voces representadas en textos extraídos de Twitter, que permitieran tener una lectura como sociedad. Las redes sociales como la nueva plaza pública.
Tres trinos servirían para empezar a categorizar la conversación: “Dime algo rico” para mostrar el contraste entre el discurso de empoderamiento de la mujer y la deslegitimación del mismo. Quien mejor que la cuenta fake de Natalia París para servir de detonante; El padre Linero y su “dejen de joder” para tocar el tema de la cotidianidad, la insignificancia de la vida misma y la felicidad en las pequeñas cosas; Y el clásico “Esta es La Paz de Santos”, para la política, el autoritarismo, la corrupción y el echarle la culpa a los demás.
Mi primer mapa mental quedó plasmado en mi cuaderno de ideas y pensamientos. Ya aquí me preguntaba cómo unir el discurso de tuits fragmentados en una ficción que partiera de mi visión de realidad. Una historia construida a varias manos, pero reinterprétala por un personaje. También el reto de encontrar la poética, un nivel de abstracción interesante que evitara los peligros de la literalidad periodística, eso sí, sin sacrificar el humor mismo del absurdo. Tenía claro que el medio principal de salida sería el video, pero no descartaba otras opciones, porque me interesaba el concepto de variabilidad de Lev Manovich, que dice que un objeto de los nuevos medios puede vivir en distintas versiones.
Tomé entonces la decisión de comenzar a producir una serie de micropelículas. La primera de ellas: “Dime cosas ricas”, en la que una mujer busca empoderarse mostrándose vulnerable, mientras una serie de trinos buscan deslegitimarla. La puesta en escena toma la danza como el vehículo para hacerlo y el sentimiento de la artista, que como víctima real de abuso, hace un exorcismo a partir de su puesta en escena.
En especial recuerdo un trino de @NachoGreiffenst, que fue el detonante de toda la idea: “¿Por qué todas las fanáticas petristas tienen pinta de putas? Esto fue lo que escribí en su momento cuando la expuse:
Luego empecé a experimentar con los audios de los hechos que generaron estos trinos, manteniendo a Twitter como el universo de donde fueron extraídos. A la larga, estas opiniones expresadas a través de palabras con rostros protegidos por arrobas hacían parte de una conversación global. Como lo dije anteriormente, como representación de las redes sociales, la nueva plaza pública en digital. En esta etapa del proceso, que para mí significaban exorcismos, resultaron cuatro collage sonoros: Sin violencia, Revolución, Aire de optimismo y Evadir, no pagar.
Exorcismos, que como lo expresa el artista ecuatoriano Oswaldo Guayasam, son gritos desesperados: “He pintado durante medio siglo como si gritara desesperadamente. Y mi grito se añadió a todos los otros gritos que exprimen humillación y angustia en la época en la que vivimos”, cuando se le preguntó sobre su obre “La Edad de la ira”.
“Dolor y esperanza” según Oswaldo Guayasamín, Lilian Contreras, 9 de junio de 2021, Liarte: diálogo sobre arte.
Cómo permanecer ajeno a masacres como las de los 5 del cañaduzal en Cali, con esos reclamos desconsolados de sus familiares exigiendo justicia, en un país en la que pareciera no existiese. O los segundos previos a la muerte de Dilan, por parte de un efectivo del Esmad, en una de las protestas del año pasado y lo que sucedió segundos después. O los gritos desconsolados de dos estudiantes que observan cómo la policía golpea a dos jóvenes frente a la Universidad de los Andes, al parecer, sin motivo alguno. Cómo permanecer ajeno ante una realidad tan indolente. O, o, o y muchos más o.
A pesar de todo, todavía algunos nos duele, así sintamos que no podemos hacer mayor cosas más que sobrevivir y no olvidar. Por eso, luego de esta experimentación sonora, produje una pieza cargada de una pequeña bocanada de esperanza, cuando una tímida revolución empezó a resonar en las calles, a punta de cacerola y cultura. No pasó mucho, antes de que la pandemia extinguiera nuevamente la ilusión de cambio. Y de una revolución colectiva, comencé a transitar hacia una individual, antes de perderme nuevamente. Este video tiene muchos de los elementos que quedarían plasmados en la pieza final.
En este clip, a diferencia de la obra final, mi voz deja de estar solamente en off y me convierto en un personaje de carne y hueso que entra en escena. Posteriormente seguiría intentando construir un personaje, que materializará mi presencia en la obra. Pero ante no tener muy claro su aporte dramático decidiría suprimirlo de esta.
Otro detalle importante, es que estaba muy apegado a los referentes colombianos en el collage. Poco a poco decidí ser más sutil, menos literal, sin perder obviamente, la posibilidad de asociarlo a nuestra realidad, si estamos inmersos en ella. O si no, poder asociarla a otros contextos. Otro de los sacrificados sería la versión de Uribe del Sagrado Corazón de Jesús, de autoría de Maján Muñoz.
Para ser reemplazado por una ilustración hecha especialmente para esta obra, de la artista Milo Kura.
Las imágenes de “Loop: Infarto del alma” fueron realizadas utilizando celulares y los audios, tanto como los trinos, fueron extraídos de la red social Twitter. La idea también era guardar una coherencia con el fenómeno digital, en donde la opinión pública se construye también ahora a través de dispositivos móviles, sin importar dónde estemos ubicados.
Gracias a la artista Milo Kura por vincularse a la obra diseñando una imagen de apertura y de presentación tan contundente. A la periodista y crítica de cine Paola Arcila por interpretar el texto en uno de los loops. A Carmen Gil por acompañarme en el proceso de creación. A Eduardo Pradilla por orientarme en el proceso desde su cátedra de ideografías de la memoria. A todos los maestros y compañeros de la maestría, quienes con sus comentarios, críticas y aportes ayudaron en su construcción. Pronto esta obra hará parte de una exposición colectiva de la Universidad de los Andes llamada “Mar de leva”, a partir del 11 de julio en el edificio de Las Nieves. Allí podrá apreciarse en su versión final por primera vez, para luego seguramente ser liberada también en otros espacios presenciales, callejeros y digitales.