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Deeper than Reason

Sobre las emociones y cómo operan. Reseña y comentarios de la primera parte de la obra Deeper than Reason. Emotion and Its Role in Literature, Music, and Art, escrito por Jenefer Robinson.

Inicio este escrito resaltando un aspecto que considero digno de admirar, y es la constante problematización del tema a trabajar antes de entrar de lleno en lo que interesa. La obra de Jenefer Robinson presenta un amplio espectro de teorizaciones sobre lo que son, y cómo operan, las emociones desde la perspectiva filosófica y psicológica. Se pregunta, además, si es realmente necesario responder emocionalmente a los poemas y a las novelas para entenderlos apropiadamente, pero esto hace parte de una tesis que no detallaremos por ahora[1]. Es necesario decir, desde luego, y en sus mismas palabras, que su trabajo se orienta a analizar enfoques empíricos psicológicos y neurocientíficos sobre el problema.

La primera idea que discute Robinson es la que dicta, de manera superflua y ambigua, que las emociones no son más que sentimientos, siendo por ello estados mentales privados de la conciencia conocidas solo mediante la introspección. La autora critica que los sentimientos no pueden identificarse con las emociones de manera simple (2005, p. 5). Así, por ejemplo, la ira no debe entenderse como un turbulento sentimiento interior, sino un comportamiento vengativo (p. 6). Pero esto último no debe malinterpretarse, pues tampoco es correcto que las emociones, como argumentaron muchos filósofos y psicólogos de mediados del siglo XX, debieran ser estudiadas como características de comportamientos o como disposiciones a comportarse de cierta manera, pues el problema de esta postura, escribe Robinson, es que muchas veces las emociones no están acompañadas de ningún tipo de comportamiento.

Los que defienden esta postura respecto a los comportamientos precisan, no obstante, explica la autora, prefieren formular que las emociones son disposiciones o tendencias a comportarse de ciertas maneras. El problema, apunta Robinson, es que, a partir de los comportamientos o, si se quiere, de las tendencias de comportamientos, no se podría distinguir, por ser prácticamente imposible, dos emociones muy cercanas.

Otra forma en la que se han estudiado las emociones, resalta la autora, es la que tiene que ver con su equiparación a respuestas fisiológicas de distintas clases. La cuestión está en que los cambios fisiológicos pueden responder a muchos elementos, y no necesariamente a las emociones, aunque, según Robinson, son considerados un componente importante para el análisis de las emociones.

Luego de lo anterior, y habiendo soslayado estas posturas, la autora se dedica a analizar la Teoría del juicio o cognitiva. La base de esta teoría puede comprenderse como sigue: yo juzgo que algo me ha ofendido, y con base en este juicio es que me enojo. Puede ser también que me siento arrepentido porque juzgo que algo malo ha pasado por mi culpa. Algunos filósofos como Salomón, expone la autora, sostienen que hay algo más que solo el juicio, y es que las emociones deben tener una intencionalidad (2005, p. 11). Es decir, si yo envidio, ha de ser algo en concreto. De tal manera es que, lo que juzgo, posee una intencionalidad, y entonces tanto las emociones como los juicios tienen un contenido que comprende un proceso de cognición. Esto, sin embargo, para Robinson, no prueba que una emoción sea un juicio, pero muestra que podría serlo. Hasta este momento, y sintetizando un poco, la autora detalla que las emociones no pueden ser reducidas a sentimientos, a estados fisiológicos o a formas de comportamientos. No obstante, ella supone razonable que las emociones deban al menos incluir una especie de juicio (p. 11), pues encuentra que tanto filósofos como psicólogos de la teoría del juicio concuerdan en que los juicios involucrados en una emoción son evaluativos acerca de situaciones en términos de lo que se quiere, desea, valora, interesa y motiva (p. 12)[2].

[1957] 12 angry men. Sidney Lumet.

Robinson se pregunta, luego de estos diagnósticos, por lo que podría haber de equivocado en la teoría del juicio, y encuentra que el punto problemático está en cómo caracterizar la relación entre emoción y juicio. Algunos de estos teóricos piensan que las emociones son iguales a los juicios; otros que los juicios son condiciones suficientes para las emociones, mientras que otros sostienen que los juicios son una condición necesaria para las emociones, mas no suficiente (2005, p. 14). Una objeción obvia a todo esto del juicio es que, expone la autora, se pueden hacer juicios evaluativos relevantes sin sentir la correspondiente emoción:

I can judge dispassionately that a demeaning offence has been committed against me or mine, yet philosophically shake my head and murmur forgivingly: “It’s the way of the world”. Even if I make the “right” judgement, anger is not inevitable.

(pp. 14-15)

La conclusión en este apartado es que un juicio no es suficiente para que ocurra una emoción. Sabiendo esta conclusión, Salomon (el filósofo antes mencionado), argumenta, según Robinson, que una emoción no es un solo juicio, sino un sistema de juicios, mientras otros teorizadores sostienen que el juicio puede variar de intensidad, algo que para la autora no convence, pues se podría hablarse de intensidad respecto a emociones, pero sobre juicios sería algo controversial para el análisis. Lyons, otro autor que refiere Robinson, plantea que un juicio evaluativo no es suficiente para que ocurra una emoción, pero que, si la evaluación causa una anormal respuesta fisiológica, entonces sí es suficiente. La autora expresa que esto no alcanza a explicar por qué algunas veces los juicios evaluativos conllevan a cambios fisiológicos y a emociones y en otras ocasiones no (p. 16).

Los teóricos de la teoría del juicio sostienen que sin juicio no puede haber emoción. Y sobre esto la autora se pregunta, y en efecto suscribimos su cuestionamiento: ¿cómo puedo sentir miedo sin evaluar que algo es una amenaza? Los filósofos, expone Robinson en términos generales, algo que podría cuestionarse, tienen la tendencia a pensar las emociones como estados mentales directos y proposicionales (p. 17), lo que hace que una emoción parezca un fenómeno mental puramente interno, considerando por ello que las emociones son la quintaesencia del fenómeno humano (p. 18). Algunos psicólogos, como por ejemplo Lazarus, no estudia las emociones en términos proposicionales sino situacionales. Esto quiere decir, para Robinson, que vemos el ambiente bajo una descripción particular (ofensiva, de pérdida, etc.), aunque no sea necesariamente la forma en como el ambiente se aparece.

Robinson apoya la idea de que no tenemos que describir las emociones como proposiciones, sino que podemos caracterizarlas como un ambiente-considerado-o-visto-bajo-un-cierto-aspecto (p. 18). Esto quiere decir que las emociones son caminos en que el organismo interactúa con los ambientes, esto es, caminos de evaluación en términos del cómo afecta al sujeto, por lo que no hay que pensarlas como provocadas por el ambiente, sea este interno (pensamiento e imaginación) como externo, visto desde un aspecto particular (amigable, amenazante, etc.)[3].

Con el desarrollo de la primera parte de su obra, Robinson da cuenta de que, inmersa en las teorizaciones en psicología y neurociencia, las emociones parecen requerir, primero, una evaluación (appraisal) no-cognitiva. Ya sabemos, con la autora, que las emociones son típicamente disparadas por alguna evaluación basada en algo importante o de interés para el sujeto, y que las diferentes emociones parecen distinguirse por los diferentes tipos de evaluación que se hagan (p. 57). El problema aquí es que una persona puede hacer un correcto juicio, pero no responder emocionalmente. Allí es donde precisamente entra la cuestión de la evaluación no-cognitiva, que explicaría los cambios fisiológicos de los sujetos (de expresión, por ejemplo). Esta evaluación no-cognitiva es rápida y automática, y pareciera llamar la atención y tratar, escribe la autora, con eventos urgentes del ambiente registrados como significativos de vida o muerte para el organismo, para su buen estar o para el de su grupo. Todo esto le lleva a concluir a Robinson que una emoción es un proceso que incluye diferentes eventos y, en particular, evaluaciones afectivas y cognitivas:

1. Hay una evaluación afectiva (automática) de la situación que llama la atención o que es significativa para el organismo. Esto causa

2. Respuestas fisiológicas y motoras de varias clases, donde el organismo trata con la situación de acuerdo a la evaluación afectiva, lo que le lleva a

3. Una evaluación cognitiva más precisa o a un monitoreo de la situación, viendo así si la evaluación afectiva es apropiada, modificando la actividad automática y monitoreando el comportamiento.

Ahora bien, la complejidad de este proceso aumenta cuando no se reacciona a un evento externo sino a un pensamiento o creencia, pues ahí el monitoreo cognitivo es más sofisticado. Pero ¿qué quiere decir ser más sofisticado? Me lo pregunto, pues la melancolía, el vacío interno, la angustia y el desasosiego parecen situarse en este espectro de emociones internas, al menos en apariencia, aunque ya veremos cómo se desarrolla el tema.

En síntesis, expone la autora: “To put the point dramatically, what turns a cognition into an emotion is an affective appraisal and its concomitant physiological changes.” (2005, p. 62). Pero ¿cómo se explica esta evaluación afectiva? Robinson revisará varios planteamientos, yendo desde la idea de los componentes de aproximación hasta la teoría de las emociones básicas ya mencionada, detallando problemas en cada una de ellas. Finalmente, y al encontrarse con la teoría de LeDoux, donde se explica que la memoria no es un solo sistema, sino que hay un sistema de memoria emocional independiente del sistema de memoria declarativa, la autora parece aceptar el planteamiento para sostener que las evaluaciones afectivas vinieran programadas por una memoria emocional (lista para activarse automáticamente y provocar cambios fisiológicos una vez la atención se centra en los estímulos que despiertan la memoria) (p. 72). Luego de ello: “In short, once an emotional process has been initiated, there is constant cognitive monitoring of the situation.” (2005, p. 75).

Robinson expresa que la emoción es un proceso que se despliega en tanto la situación es evaluada y reevaluada en continua retroalimentación con el ambiente, siempre disparada por una evaluación afectiva no-cognitiva. Ahora bien, y para cerrar este documento, consideramos importante los planeamientos de la autora acerca de cómo nombramos las emociones y la forma en que se piensan a través de la cultura y el lenguaje (el ejemplo de emociones que existen en algunas idiomas y lenguas y en otros no), además de que su afectación en las formas de categorizarlas y recordarlas puede llevarnos al error, siendo muchas veces que la elección de palabras para explicarla sea ambigua. Por todo esto, en psicología hay corrientes y autores que tratan de crear sistemas de emociones bajo la idea de un léxico universal para ellas, pero desde el inicio sabemos que estos esfuerzos no pueden comprender, por más que quisieran, la totalidad de las mismas.


[1] Respecto a esto, la autora parte del postulado, convertido en axioma, de que las expresiones artísticas son resultado de las emociones de los creadores, base del movimiento romántico de finales del siglo XVIII.

[2] Habiéndose detenido en la teoría del juicio, Robinson pasa a examinar la teoría cognitiva de las emociones en psicología, planteando que gran parte de los pensadores adheridos a esta postura están interesados en sistematizar emociones para crear tipologías evaluativas. Por ello, establecen sistemas de emociones básicas de las cuales buscan desprender sus análisis y en una suerte de casuística de los problemas.

[3] Desde luego, existen posturas (como la de Greenspan) que se alejan de este punto de vista diciendo que las emociones no pueden ser juicios o creencias, pues tienen un criterio de racionalidad diferente al de los juicios o creencias. Para Greenspan hay un componente evaluativo, desde luego, pero niega que sea necesariamente un juicio. Autores como Rorty, muestra la autora, establecen que el componente evaluativo de la emoción puede ser pensado más en términos de patrones relevantes(patterns of salience) que en términos de juicios. Es decir, lo que toma relevancia y es importante para el sujeto.

Referencias

Robinson, J. (2005). Deeper than Reason. Emotion and Its Role in Literature, Music, and Art. Clarendon Press Oxford.

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