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Sobre los presocráticos. Naturaleza y muerte como disociación

(Si se abriera nuestro interior se encontraría) un almacén y acopio de males variado y lleno de pasiones.

Demócrito, fr. 149.

Es el corpus hipocrático un ejemplo más de la reunión y sistematización del acervo de conocimientos precedentes sobre el universo, el mundo y el ser humano. En la mayoría de los casos, sus formulaciones no fueron nuevas, pues Demócrito ya había sintetizado que: “El hombre es un mundo en miniatura.” (fr. 34), trasladando los principios de la naturaleza a la explicación del origen y constitución humana. Así, por ejemplo, el tema de la enfermedad sagrada era bien conocida en aquel contexto, pues incluso Heráclito la menciona en uno de sus fragmentos dudosos (114). Por otro lado, la cuestión de lo caliente y lo frío, con sus afecciones sobre el organismo, es un tópico de la filosofía y de la medicina anterior a Hipócrates, siendo tal vez el autor más claro sobre esto Alcmeón de Crotona, para quien todos los sentidos estaban relacionados con el cerebro, como lo sostendrá Anaxágoras y Diógenes de Apolonia posteriormente. Sobre Alcmeón baste agregar que la mayoría de sus escritos están perdidos, pero por las noticias de su pensamiento podemos comprender algunas de sus ideas centrales (igual que sucede con los primeros atomistas, con solo tres o cuatro fragmentos que hablan sobre los átomos, siendo la mayoría de temas morales). Para Alcmeón nuestro sentido de la escucha funcionaba en tanto los sonidos resonaban en el vacío de nuestros oídos mientras el aire hacía eco. Lo mismo sucedía con el olfato, llevando los olores al cerebro, y la lengua, transmitiendo los sabores a través de poros (Teofrasto, Acerca de las sensaciones, 25 (A5)), último considerado también por Empédocles.

Cabría preguntarse: ¿De dónde provine esta idea del vacío del cuerpo? Este presupuesto, considero, al menos desde la filosofía y no de los himnos y de la poesía épica de Homero y Hesíodo, inicia con Pitágoras (570 a.C), pasando por Parménides y culminando con Demócrito (al menos como primer eje en el mundo de los presocráticos y hasta este momento de la investigación). La idea del vacío es, desde luego, anterior a la filosofía, así como la idea de la lucha de los contrarios. Recurrimos a Pitágoras porque, con éste, la idea del infinito se convierte en un problema racional de sumo interés, aunque paradójicamente a causa de su carácter místico y sectario. Hay que tener en cuenta, en este sentido, el problema de que los postulados pitagóricos son una mezcla de múltiples autores, como sucede con Hipócrates, sumado al inconveniente de la inexistencia de fragmentos y solo de noticias. Esto lo resarciré estudiando la obra de Jámblico, un pitagórico y neoplatónico que escribió Sobre los misterios egipcios, pilar clave de la filosofía pitagórica, el Protréptico y una Vida pitagórica.

Los pitagóricos, influenciados por sectas órficas, abordaron el complejo tema de la división del alma y el cuerpo, así como el de la metempsicosis, cuestión de influencias egipcias que, a su vez, tuvieron gran importancia para Platón (sobre estas relaciones tratará el próximo documento que suba, reuniendo mis apuntes sobre el tema que investigo en los diálogos platónicos).

Sobre los pitagóricos mencionaré ciertas bases que sirven para plasmar algunas ideas sobre el vacío: 1. Para los pitagóricos parece no haber una diferencia entre lo abstracto y lo concreto, así como una mezcla entre unidades aritméticas y geométricas. Esto se explica por la importancia atribuida a números como el tres (la triada), el cuatro (ordenamiento musical, y también la importancia de las cuatro divisiones clásicas del pensamiento griego: las estaciones, los elementos, los humores, las facultades, etc., como plantean Klibansky, Panofsky y Saxl [1991]), y el diez (década); organizando el mundo y el universo a partir de tales principios numéricos. La confusión expresada entre aritmética y geometría está en que los números componían líneas que debían tener una superficie y, por ende, un volumen, por lo que debían ser cuerpos sensibles. En la Metafísica, a la que he dado una lectura (olvidada en su mayoría) por lo que debo releerla con miras al tema que ahora estudio, Aristóteles escribió:

También los Pitagóricos afirman que solamente existe un tipo de número, el matemático, si bien no existe separado, sino que las entidades sensibles están compuestas de él: construyen, en efecto, el Universo entero con números, aunque no simples, sino que piensan que las unidades poseen magnitud; sin embargo, parecen no encontrar salida al problema de cómo se constituyó el primer Uno dotado de magnitud.

Aristóteles, 1080b16.
True detective. T1. [2014]. Cary Joji Fukunaga.

2. A partir de la importancia atribuida a los números, los pitagóricos concibieron la idea de lo ilimitado y de lo limitado, asignándole al primero el número par (siempre divisible entre dos) y al segundo el impar (que suma uno e impide la igual división de las partes). A lo par y a lo impar se le asignaron cualidades que, por su amplitud, no abordaremos aquí. Lo interesante para nosotros está en la idea de que lo ilimitado se relaciona a la idea del vacío. Una noticia que Aristóteles escribe sobre este tema expone lo siguiente:

También los pitagóricos aseguraron que existe el vacío y que penetra en el cielo a partir de lo ilimitado, como si éste inhalara aliento y vacío. Este último distingue las naturalezas, como si el vacío fuera una especie de separación y diferenciación de lo continuo, y se halla primordialmente en los números, pues el vacío distingue sus naturalezas.

Física, 213b22

La importancia de Pitágoras para el trabajo, al menos hasta ahora, está en la idea de lo ilimitado, pues de ahí inicia un debate que recuerda el tema de lo indefinido en Anaximandro, con la precisión de que lo indefinido para este último es lo que carece de límites fijos, no siendo necesariamente ilimitado.

Pues bien, el debate en mención sobre la idea del vacío alcanza un alto grado reflexivo con Parménides de Elea (ca. 535) y su división entre el ser y el no-ser. Cabe hacer la aclaración que no pretendemos abordar este problema en su especificidad, sino más bien elaborar ciertas anotaciones de sus implicaciones para el desarrollo de la idea del vacío en la filosofía posterior. Para Parménides no existe el vacío, pues sería un no-ser, y éste no es ni puede llegar a ser: “Es necesario que sea lo que cabe que se diga y se conciba. Pues hay ser, pero nada, no la hay.” (fr. 6). Para el filósofo de Elea, el pensar y el ser (indivisible e inamovible) son una misma cosa, y en este punto es interesante lo que dice Teofrasto sobre Parménides en Acerca de las sensaciones, sobre que el recuerdo y el olvido son el resultado de una mezcla entre el pensar y el ser (I, A46). Sobre esto volveré más adelante.

[1972] Le charme discret de la bourgeoisie. Luis Buñuel.

Las posturas de Zenón y Meliso, por ejemplo, se comprenden a partir de los principios parmenídeos, el primero defendiendo la idea de la unicidad del ser con las características que le atribuyó Parménides, llegando a extremos de la negación de todo movimiento y, por ende, de espacios huecos o vacíos: “Si todo lo que hay está en un espacio, es evidente que habrá un espacio del espacio, y eso se seguirá hasta el infinito.” (Zenón, fr. 5). El segundo, un poco más explícito, plantea lo siguiente:

De otra parte, nada hay vacío. Pues lo vacío no es nada y la nada no podría haberla. Tampoco se mueve, pues no puede retirarse a parte alguna, sino que está lleno [el ser]. Pues, si hubiera un vacío, podría retirarse al vacío, pero, al no haber vacío, no tiene a dónde retirarse.

Meliso, fr. 7

En otras palabras, el ser está lleno, y si se considerara la posibilidad que hubiera muchos seres, cada uno de ellos debería ser como este ser completo (cfr. fr.8). Este planteamiento se convertirá, entre otras cosas, en la base del atomismo de Leucipo y Demócrito. Hasta ahora, con la escuela eleática, el vacío se entiende como un problema lógico o metafísico; lo que hace que aventure a plantear esta secuencia: vacío en términos mitológicos y místicos; vacío en términos lógicos o metafísicos; vacío en términos orgánicos y corporales, y vacío en términos emocionales. Claro, todavía hay muchas ambigüedades, pues debo analizar bien la idea del vacío en términos míticos (revisaré mis apuntes de lecturas de Hesíodo y de Homero, leeré a Ovidio y obras literarias claves que iré apuntando en la bitácora); los pitagóricos no cabrían por ahora en una parte de esa secuencia, por lo que Jámblico será clave, y respecto a los atomistas debo estudiarlo el desarrollo posterior, específicamente a Epicuro y a Lucrecio, último con su obra Sobre la naturaleza.

Antes de proseguir con los atomistas, es preciso detenernos en la figura de Empédocles de Acragante, con quien gustara debatir Hipócrates. Este autor también niega la idea del vacío, pero su propuesta es la de que el ser es múltiple y no uno solo como sostenían los eleáticos. Para Empédocles el problema estaba en la idea del cambio, pues los sentidos indicaban que las cosas nacían, se transformaban y morían, por lo que era imposible a los sentidos que existiera un solo ser. Así pues, Empédocles plantea que existen cuatro (la importancia del número) elementos originarios (raíces) que son siempre los mismos: aire, tierra, agua y fuego, las cuales relaciona, a través de un discurso profético y místico, con Hera, Hades, Nestis y Zeus respectivamente. Estas raíces se asocian y disocian bajo las fuerzas de la amistad y del odio (la dualidad de antaño), claramente pasiones humanas divinizadas, lo que criticaría gustoso Jenófanes.

Son las mezclas entre las raíces que se desplazan e interceptan (penetrándose por la eternidad al no haber vacío), las que crean las cosas del mundo: “¿Y cómo podrían perecer, si nada hay vacío de ellos? Pues sólo [sic] ellos son reales, mas en su mutuo recorrerse se tornan una cosa cada vez, sin dejar nunca de ser ellos mismos.” (fr. 8 [35]). Para Empédocles, lo que se conoce como el nacimiento y la muerte son producto de la costumbre y de la convención humana, y deben entenderse solo como separaciones y uniones de estos elementos ingénitos. Esto seguro a los hipocráticos interesó mucho, como queda expreso en fragmentos como el siguiente: “Lo que en mi charla llamo <<nacer>> o <<perecer>> lo describo así de acuerdo con la gente, pero aclaro que se trata de que eso se mezcla y se disgrega.” (Sobre la dieta, Libro I, 4). Ahora bien, sobre estos elementos originarios: “Como eran antes, en efecto siguen siendo y seguirán; y nunca, creo, de ninguno de los dos ha de vaciarse el tiempo inagotable.” (fr. 11). En esta idea está lo interesante, y es de nuevo la dualidad entre la vacuidad y la plétora, aquí a una escala macro: “Nada del universo está vacío, ni lleno en demasía.” (Empédocles, fr. 10), recordemos el fragmento de Demócrito acerca de que el ser humano es un mundo en miniatura.

El tema de la mezcla es central también en Anaxágoras, quien de igual forma niega el vacío y reduce la fuerza ordenadora de la amistad y el odio de Empédocles al Intelecto (Noús) sobre las semillas, a la manera de lo Indefinido de Anaximandro. Y de nuevo:

No tienen los griegos una opinión de lo que es nacer y perecer. Pues ninguna cosa nace ni perece, sino que, a partir de las cosas que hay, se producen combinaciones y separaciones, y así, lo correcto sería llamar al nacer combinarse y al perecer separarse.

Anaxágoras fr. 17

Un cambio interesante acontece con los planteamientos de Diógenes de Apolonia, el cual admite la idea del vacío, pues solo a través de él, la materia originaria, que considera es el aire, puede variar su densidad. Diógenes concibe el aire también como el entendimiento, siendo el principio de las cosas y gobernándolo todo. Esto encuentra una mejor explicación cuando entendemos que para Diógenes el cerebro humano está compuesto de venas y aire: “Los hombres, en efecto, y los demás animales, como respiran, viven gracias al aire, y éste constituye para ellos alma y entendimiento […] Así que si se ven privados de él, mueren y el entendimiento les falta.” (fr. 8). Sobre esto, Teofrasto, en Acerca de las sensaciones, al mencionar la filosofía de Diógenes escribe: “Esa misma es la causa del olvido; como el aire no puede extenderse por todo el cuerpo, uno no puede comprender. La prueba es que los que intentan rememorar sienten una angustia en la zona del pecho y cuando encuentran lo que buscaban, se produce la dispersión del aire y se sienten aligerados del dolor.” (Teofrasto, fr. 39).

El recuerdo y el olvido en Parménides como resultado de la mezcla entre el ser y el pensar, y ahora el olvido y el recuerdo como falta o vacío de aire en Diógenes, son ideas que llaman la atención a desarrollar para conectar con la idea de un vacío emocional y con todo el desarrollo de la melancolía, incluso con el miedo y las alucinaciones, en definitiva, con lo inefable. Ya veremos cómo prosigue este punto.

El último enclave sobre el tema, en el contexto presocrático, es Demócrito, pues de su maestro Leucipo solo ha quedado un fragmento. Demócrito buscó articular la idea del ser con la del vacío. Estos primeros atomistas se apoyaron en las ideas de Parménides y, sobre todo, de Meliso. Cada partícula (átomo) constituyente de la realidad tiene las características del ser parmenídeo, aunque cada una es separada por el vacío, explicando así el movimiento. Los átomos flotan en el vacío, y se mueven inicialmente por un vórtice, como sostuvo Diógenes respecto al aire (esta idea del vórtice resulta interesante). El vacío es constitutivo de la realidad al igual que el ser, y en este contexto se entiende el fragmento: “Algo no tiene más existencia que nada.” (Demócrito, fr. 156).

Hay algunos elementos de la filosofía de Demócrito que vale comparar con las reflexiones anteriores. La unión entre los átomos es de contigüidad y no de mezcla, por lo que no pierden su unicidad (caracterizándose con muchas formas), dejando de lado del tema de las raíces de Empédocles y las semillas de Anaxágoras. Tampoco hay una fuerza (o fuerzas externas)como planteaban estos autores, siendo los átomos arrastrados por movimientos mecánicos. Demócrito incluso ridiculizaba a Anaxágoras diciendo que sus ideas no eran propias sino muy antiguas (cfr. fr. 5). El tema del alma llama la atención porque para los atomistas estaba constituida por un conjunto de átomos esféricos (mismos que producían la forma del fuego) que tenían la capacidad de pasar a través de todo. Podían atravesar las cosas porque eran átomos que contenían más vacío, y eran inspirados con la respiración y salían del cuerpo humano con la exhalación, por lo que el alma no era algo que permanecía en el cuerpo. Esto podría llevarnos a decir que el vacío, sobremanera, es parte esencial y constitutiva del alma según los primeros atomistas. También hay aquí una ambigua relación con Diógenes y su principio del aire y el entendimiento.

En definitiva, para Demócrito lo único real son los átomos y el vacío. Y sobre esto, hay un fragmento que pareciera utilizar un lenguaje de tragedia que llama la atención: “Por convención, el color; por convención, lo dulce; por convención, lo amargo; pero en realidad átomos y vacío. (Hablan los sentidos:) ¡Mente infeliz! Tú que obtienes de nosotros tus convencimientos, ¿tratas de acabar con nosotros? Nuestra caída sería tu ruina.” (fr. 125). Sobre este tema del vacío baste agregar, por ahora, que Aristóteles, quien sistematiza y conjuga el conocimiento precedente sobre estos temas, y que reúne también los elementos que hemos mencionado del mundo presocrático, refiere que Demócrito llamaba al espacio con nombres como vacío, nada e infinito, y a las sustancias las nombraba como algo, compacto y ser. (Acerca del cielo, 295.1. (68a37)). El problema de las nociones y las categorías pasaría a ser la clave del análisis filosófico del vacío.

Referencias

Bernabé, A. (trad.). (2016). Fragmentos presocráticos: de Tales a Demócrito. Alianza Editorial.

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