[…] la mayoría de la gente, una vez que han oído al primero que dio explicaciones sobre algo, no aguardan a los que luego comentan sobre el tema, sin advertir que es propio del mismo proceso intelectual reconocer lo dicho acertadamente y descubrir lo que aún no estaba enunciado.
Hipócrates, Sobre la dieta, Libro I, 1.
Hipócrates (460 y 380 a.C.) fue coetáneo de Demócrito de Abdera, de Sócrates y del gran historiador Tucídides. En el corpus hipocrático puede notarse la influencia de los presocráticos (como Alcmeón de Crotona [quien también fuera médico y tal vez el pionero en hablar sobre el cerebro como centro de los sentidos y de la influencia del clima sobre la constitución humana], Empédocles de Agriento, Diógenes de Apolonia, Heráclito y Anaxágoras) y de los sofistas. Esto es relevante en varios textos, como en Sobre la dieta, por ejemplo, donde el autor se aleja de los procedimientos empíricos de la técnica médica.
Para Hipócrates, el cuerpo humano es pensado como un largo recipiente, un espacio hueco, vacío, donde se instalan órganos de todas las formas (Sobre la medicina antigua, 22), y por donde circulan fluidos a través de conductos y venas, tales como la sangre, el aire vital (pneûma), el agua, la bilis (amarilla y negra) y la flema. Esto es interesante por cuanto la idea del vacío del cuerpo humano no solo se encuentra en lo que supondríamos el estómago, sino también en los músculos y en toda suerte de cavidades interiores:
Porque cualquier miembro suelto, ya esté recubierto por piel o por carne, está hueco. Y, cuando está sano, está lleno de aire; y, cuando está enfermo, de un líquido turbio. Desde luego tienen esa carne los brazos, la tienen los muslos, la tienen las piernas. Pero, además, incluso en los sectores faltos de carne existen cavidades como éstas que se han indicado en los provistos de carne. Así el llamado <<tórax>>, en el que está albergado el hígado, junto a la que están los pulmones; ninguna de estas partes hay que no esté hueca, llena de muchos intersticios, a los que nada impide ser recipientes de muchas cosas, de las que algunas dañan algo a su poseedor y otras en cambio le son muy provechosas.
Hipócrates, Sobre la ciencia médica, 10
La mezcla (krâsis) de estos fluidos son los que permiten un equilibrio que se expresa en un cuerpo saludable. Muchas veces esto se explica a través de la cocción de alimentos (pepsis). El médico debía basarse en los estados y cambios de los cuerpos a través de los sentidos, y basado en esto hacía el pronóstico. La razón del médico era central en estos procedimientos, pero la expresión física de las enfermedades era el eje de su práctica. Así, por ejemplo, Anaxágoras había escrito que: “Vislumbre de las cosas ocultas son las que se muestran.” (frag. 21a) (ópsis adélon ta phainómena), y esto puede considerarse como un principio de la práctica médica de la época.
La medicina basada en lo empírico hizo de Hipócrates que no creyera en la que se decía enfermedad sagrada, la epilepsia (conocida también como la enfermedad de Heracles, tal vez por la fuerza exagerada de los movimientos). Así también: “Los que tienen terrores nocturnos, espantos y delirios, y dan saltos de la cama y se escapan fuera de sus casas, dicen que sufren ataques de Hécate y asaltos de los héroes.” (Sobre la enfermedad sagrada, 4). Hécate era la diosa de los terrores nocturnos, asociada a prácticas mágicas y hechizos. Hipócrates está hablando de los brujos y embaucadores que explican los terrores nocturnos con la superstición, errados por no recurrir a una explicación médica del asunto.
Lo único cierto, escribe Hipócrates, es que el cerebro es el centro de los placeres y de la risa, pero también de las penas y amarguras; es a través de él que razonamos e intuimos; nos permite distinguir lo feo de lo bello, etc. Es, en definitiva, sede de las emociones (esto seguramente lo debe a Alcmeón) (Sobre la enfermedad sagrada, 17). Si algo afecta el cerebro, desde luego que el ser humano enloquecerá y delirará: “[…] y se nos presentan espantos y terrores, unos de noche y otros por el día, e insomnios e inoportunos desvaríos, preocupaciones inmotivadas y estados de ignorancia de las circunstancias reales y extrañezas.” (Sobre la enfermedad sagrada, 17). Contrario a esto, por ejemplo, Empédocles había dicho que el centro del pensamiento no era el cerebro sino el corazón:
Por lo general, las enfermedades se entendían, para Hipócrates, como excesos o vaciamientos de los humores: el ejercicio físico era una dieta para vaciar, mientras las dietas de alimentos llenaban, pero no solo éstos, pues factores como el clima (vientos, temperatura) afectaban los movimientos de los fluidos internos: “Se derrama el flujo también a causa de un terror oscuro o si uno se asusta ante el grito de otro, o si en medio del llanto no es capaz de recobrar pronto el aliento, cosas que les ocurren a menudo a los niños.” (Sobre la enfermedad sagrada, 13). De esta manera, en el equilibrio entre la vacuidad (kénōsis) y la plétora (plēsmónē) se encuentra la salud. El vaciamiento es la terapia frente al desorden de los humores (sangrados, ejercicios, vómitos, purgantes); Hipócrates escribe: “Todos los cuerpos de forma extraña que aparecen en los sueños y espantan al hombre indican una repleción de alimentos desacostumbrados y una secreción, flujo bilioso y una enfermedad peligrosa.” (Sobre la dieta, III, 93).
Cuando hay mucha humedad (por el cambio de clima) en el cerebro se presentan enfermedades como la locura, y la visión no permanece estable por el exceso de agua. Cuando el cerebro se calienta, corrompiéndose por la bilis a través de la sangre, se sufre de espantos y temores, y se ven en sueños imágenes aterradoras. Los enfermos gritan y son peligrosos, desvarían y hacen cosas absurdas. Cuando no es la bilis sino la flema la que sube al cerebro, enfriándolo, los enfermos están tranquilos y no alborotan (Sobre la enfermedad sagrada, 18), pero se angustian, tienen insomnio y se deprimen sin motivos.
En las cartas pseudo-hipocráticas se analiza el comportamiento de Demócrito como tipo melancólico. Allí se dice, según los comentarios de la obra, que los de este tipo de carácter son taciturnos, solitarios y buscan lugares desiertos. Algo que, por ejemplo, Hipócrates refiere a los que sufren de vértigos, pues gustan de la soledad y padecen sueños profundos (Aforismos, apéndice, 8). La melancolía se ha asociado, así, a la idea de la locura bajo estos postulados. Si nos remitimos a Demócrito, uno de sus fragmentos habla sobre la poesía y la locura: “No puede haber un buen poeta sin un enardecimiento de su espíritu y sin un cierto soplo como de locura.” (frag. 17). Lo extraño de esto es que Demócrito se trate como de tipo melancólico cuando la antigüedad lo situaba como una contrapartida a Heráclito (Bernabé, p. 327). Incluso cuando dijo: “La tristeza ingobernable de un alma paralizada por ella, sacúdetela con la ayuda de la reflexión.” (fr. 290).
La melancolía, como el letargo (lēthē: olvido, y árgos: inactivo; sueño profundo y duradero) y la epilepsia, son consideradas como enfermedades mentales. Esto tiene que ver con las cantidades de agua y fuego que hay, y cómo se unen o separan, en la constitución humana: “Si aún más el agua está dominada por el fuego, semejante alma es demasiado vivaz y es forzoso que tenga pesadillas. A éstos los llaman maniáticos, puesto que está muy próximos a la locura.” (Sobre la dieta, I, 35). La melancolía también se entiende como una consecuencia de cambios climáticos, la cual se presenta durante la primavera por el calor, también la locura y la epilepsia (Aforismos, 20), pero también puede darse en otoño, por eso vemos tantas pinturas sobre el tema que se ambientan en dichas estaciones.
La relación entre la melancolía y la locura es ambigua en los tratados hipocráticos, pero puede decirse que la conexión está en la subida de la sangre a la cabeza. No obstante, también, por ejemplo, cuando en las mujeres se les concentra sangre en sus pechos, eso llevará también a la locura (Aforismos, Sección quinta, 40). Son estos movimientos de los fluidos, como se mencionaba al inicio, a los que deben prestarse atención. A los melancólicos hay que purgarlos por arriba, pues puede ser un estado mortal, y si se producen hemorroides en este proceso de purga es un buen síntoma, ya que supone la extracción de las enfermedades que no solo se hacían mediante purgas (utilizando, a veces, el eléboro) y los sangrados, sino que también, por ejemplo, cuando la fiebre hacía delirar al enfermo, se consideraba que el mismo los sanaba, pues expulsada la fiebre como si de un sudor se tratase. Si el estupor que llevaba a los delirios iba acompañado de risa, era bueno y seguro, si iba acompañado de seriedad, era casi mortal. (Aforismos, Sección sexta, 53). Respecto a la melancolía, era peligroso cuando se supuraba con convulsiones o con ceguera (Aforismos, Sección sexta, 56).
Lo específico de la melancolía estaba en que era un miedo o tristeza que duraba mucho tiempo (Aforismos, Sección sexta, 23). Al melancólico (malancholikón, relativo a la bilis negra) la lengua se le quedaba de repente sin fuerza, o partes del cuerpo se le paralizaban (Aforismos, Sección séptima, 40). Esto habla ya de un tipo específico de persona, casi como una cualidad (Epidemias III, 14). Sobre ello, llama la atención que se hable, en este texto y por primera vez, de un espíritu melancólico, cruzando a un aspecto que no solo tiene que ver con una afección física sino con un estado emotivo. Tal afirmación se encuentra en el tercer libro de las Epidemias, donde el médico atiende a una mujer desalentada que yacía enferma luego de un parto. Esta mujer presentaba síntomas como orina negra, insomnio, accesos de ira, inapetencia y malestar general (Epidemias III. Dieciséis enfermos, 2).
Referencias
Bernabé, A. (trad.). (2016). Fragmentos presocráticos: de Tales a Demócrito. Alianza Editorial.
Hipócrates. (2015). Tratados. Juramento. Sobre la ciencia médica. Sobre la medicina antigua. Sobre la enfermedad sagrada. El pronóstico. Sobre los aires, aguas y lugares. Sobre la dieta en las enfermedades agudas. Sobre la dieta. Aforismos. Epidemias I y III. Ed. Gredos.