Aquí les contamos (y les mostramos) de dónde nacieron, cómo se popularizaron y dónde, después de varios siglos de historia, se siguen fabricando año tras año.
En los años 1.600, cuando el tirano mandó, las calles de Cartagena, a las que Joe Arroyo cantó, narraron, en palenques y asentamientos urbanos libertos, la historia de su esclavitud.
Entre bailes furtivos, mapalé y percusión, desahogaron la pena. Su cuerpo fue el mejor grito de rebelión y sus movimientos elásticos, exóticos, su firme resistencia. También lo fueron las máscaras, esa posibilidad, eso que no eran. El camuflaje de su espíritu negro reprimido por caprichos blancos.
De la Cartagena colonial salieron esas figuras zoomorfas, con sus dueños, en el siglo XIX. Se asentaron en la pujante Barranquilla, puerto en crecimiento, y se fusionaron con las danzas ribereñas del Magdalena, los ritos extintos, las memorias indígenas.
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